jueves, 30 de septiembre de 2010

¿Anormal, yo?

Quiero hacer un blog. Quiero hacer un blog. Quiero hacer un blog. Quiero hacer un blog. Pero para hacerme un blog, necesito ser una cabeza pensante. ¿Dónde están mis ideas cuando las necesito? A veces me da la sensación de que mis pensamientos se gastan, que son limitados. ¿Por qué, de lo contrario, en un momento se me ocurren mil cosas y al segundo siguiente, cuando me decido a ponerlo por escrito, desaparecen? ¿Por qué se esfuman de esa manera? ¿Por qué no tengo un mínimo de memoria? Sí, me olvido lo que pienso. Nunca dije que fuera normal. Desde chica tengo bien asumido lo fenómeno que soy; en distinto contexto, basándome en otras cosas, pero ya sabía que ni yo ni mis viejos somos normales. De chica veía los dibujitos, el estereotipo de madre, de padre, de hermanos, del modo de ir a la escuela, el estereotipo de profesor, de compañeros. Y me di cuenta que nada de eso -o muy pocas cosas- tenían que ver con mi día a día. Entonces, con tan solo seis o siete años, me declaré rara. Pero no fue con una sonrisa, no. Me deprimía pensando en mi rareza. En fin, al final creo que me “normalicé” un poco. Un poquito, al menos en apariencia. Después, descubrí que era anormal, otra vez. Por ahí encontré una frase: No soy rara, soy edición limitada. Ya para entonces tenía perfectamente asumida mi rareza, pero igualmente me llamó la atención.
Ahora bien ¿Qué entiendo yo por rareza? Capaz que el echo de tener una sensibilidad exagerada, o susceptibilidad crónica, o demasiado dramatismo. Un amor incondicional e inexplicable por los animales, a menudo colocándolos en un sitio privilegiado en relación con las personas (de esto ya voy a profundizar más adelante), y sin embargo detestar cualquier tipo de insecto, incluso las mariposas. Leer desde muy chica libros que generalmente asustan por su ancho a gente de mi edad; luego de leer, escribir. Realizar múltiples intentos fallidos de escribir una novela desde que tengo diez u once años. Que me guste más ir al teatro que al cine. Que decida invertir un sábado completo en clases de comedia musical. Mi imposibilidad de discutir, que me interesen temas como los niños índigo o las vidas pasadas, entre otras cosas. Aunque, pensándolo bien y mirando hacia atrás, quizá soy menos rara de lo que creo. Porque empecé a conocer gente que comparte mis gustos, que están ahí, por más que no lleven un cartel fluorescente en la frente que diga “Hola, fui a ver La Bella y la Bestia y estoy en contra de la caza animal”.