Esa maldita. Yo sé dónde está él cuando no quiere salir conmigo. Él no me miente al respecto, solo oculta.
- Ya arreglé con los pibes, gordi. Salimos mañana. - Ya arregló con sus amigos, es cierto. Sus amigos van a su casa, o él los visita a ellos. Pero yo sé que ella está en el medio. Siempre. Aunque no la nombren, porque es como uno más. No, en realidad no lo es. Ella es especial, es indispensable, si ella no está, a mi novio y a sus amigos les falta algo. Se nota su ausencia. Lo sé, porque lo vi con mis propios ojos. No tratan de disimularlo. Algunas veces, cuando visito a mi novio, y más tarde llegan sus amigos, no falta quien pregunte por ella. Incluso en ocasiones es mi propio chico el que sale a buscarla; y yo ahí, sentadita en el sofá, detrás de todos los pibes, mirándolos como pelotuda. Mirándolos mientras se apiñan a su alrededor, mientras la manosean. Se turnan, pues no pueden tocarla más de dos a la vez. Tienen infinidad de juegos, para jugar con ella, me refiero. Por lo general, solo utilizan dos o tres, por lo general, intentan imitar lo que ven por la televisión. Y yo, mirándolos. A veces me invitan a unirme, pero siempre rechazo la oferta. No es lo mío, no me gusta. Pero los respeto porque se ve que a ellos sí les gusta. Les encanta. Cuando digo que no, no insisten. Ni siquiera mi novio. Por lo visto, mi participación es irrelevante. Pero la suya, la de ella, necesaria. Sin ella no podrían jugar. Te estarás preguntando por qué nunca hice nada, por qué siempre me quedo mirándolos disfrutar de la compañía de su adictiva amiga, por qué no reacciono. Bueno, la respuesta es simple: sería muy exagerado hacer una escenita por su culpa. Es infinitamente ridículo que sienta celos de esa… cosa. Después de todo, yo soy una persona íntegra, decente. Ella es, simplemente, un objeto. Solo sirve para jugar. Solo la buscan para eso.
Pero todo tiene un límite. Es viernes, mis amigas se fueron a patinar a Palermo, y yo no fui porque planeaba salir con él. Pero no, estoy sola como un perro, en mi casa.
- Ya arreglé con los pibes, gordi. Salimos mañana. - Lo mismo me dijo ayer. Y no puedo llamar a mis amigas y decirles que estoy en camino, porque justo antes de irse, ante mi negativa, me mandaron a cagar. Me dijeron que siempre hacía lo mismo, que ya casi ni las veía, que estaba todo el tiempo pegada a mi novio. Es que ¡tienen que entenderme! ¡Solo quiero salir con él! ¡Verlo fuera de la escuela! Pero el señor está anonadado con su amiguita, con su juguete, llama a un amigo o dos y organizan un nuevo partido con ella. Ella está en el medio, siempre. Basta.
Agarro las llaves y el celular, le aviso a mi mamá que voy de mi novio, y camino las diez cuadras que me separan de su hogar, a toda velocidad, pasos largos, labios fruncidos y mirada furiosa. Busco el timbre que corresponde a su departamento, 17 B, y lo presiono con más fuerza de lo normal. Siento la agresividad correr por mis brazos, la adrenalina tensar mis hombros.
- ¿Hola? - dice la voz de mi chico por el portero eléctrico. Respondo con una bronca contenida. - Ah, subí, nena. - Gordi. Nena. Esos apodos que me pone con todo su cariño. Me pregunto cuáles serán los apodos que le ponen a ella. Me parece que no tiene. La llaman por su nombre. El ascensor sube hasta el piso diecisiete a una velocidad desesperantemente lenta. Al fin llego al piso deseado y aporreo la puerta de mi chico. Me recibe con una sonrisa y un intento de piquito, que yo ignoro olímpicamente.
- ¿Te pasa alg…?– pregunta, confundido ante mi repentino rechazo.
- ¿Con quién estás? – inquiero, fulminando con la mirada todo a mi alrededor.
- Con Alan y Pablo.. ¿Por? Eh, ¡¿Qué hacés?!
Tarde. Yo ya le di la espalda y camino pisando fuerte hacia los dos amigos de mi novio. Tal como pensé, están jugando con ella. Se acabó. Aparto a los dos chicos de un empujón, y me abalanzo hecha una furia sobre esa cosa. Objeto estúpido, inútil. Y no se defiende. La boba no puede defenderse; eso simplificaba mi trabajo. La levanto con mis manos sin esfuerzo, es liviana y fácil de transportar. La desconecto de todo, pasando por alto las crecientes quejas de los chicos.
- ¡Pará! ¡Pará! ¡Loca! ¡Dale! ¡Traéla acá, boluda! ¡Estás re loca! – vociferan ellos, a tiempo que intentan detenerme. Pero es imposible, yo soy más ágil y pequeña, y los esquivo sin dificultad. Salgo al balcón aún con la maldita cosa firmemente agarrada. Sin pensarlo dos veces, en un arranque homicida, la tiro al vacío. Observo con expresión trastornada todo el recorrido. Da muchas vueltas en el aire, aunque parece caer en cámara lenta los diecisiete pisos. Dramático. Ni me volteo a ver las caras horrorizadas de los chicos. No me importa. Me acabo de deshacer de mi mayor enemiga. Al fin golpea contra el frío asfalto. El plástico se quiebra y se dispersa en pequeños y puntiagudos fragmentos. Ahora puedo ver los cables, y otros pequeños circuitos que conforman su interior. Seguro ya no tiene arreglo. Y cuesta mucha plata, mi novio va a tardar bastante en conseguir otra igual. Obviamente, la próxima correrá la misma suerte que ella. Terminará echa pedazos contra la vereda.
Los gritos enfurecidos de mi novio llegaron a mis oídos.
- ¡No! ¡Estás re loca, Guadalupe! ¡Sos una pelotuda! ¡Ahora me vas a comprar otra Play Station! ¿Me escuchaste? ¡Con tu guita! Salí de acá, enferma. Me vas a comprar otra Play Station. Ah, y lo nuestro se terminó.