Y acá estoy, tirada en la cama, aire acondicionado a full, auriculares con música a todo volumen y blog. Recién me comí una banana. Ja ja sí, que mal pensada es la gente. Es una inocente banana, una fruta. Listo. Yo estaba bien. Bueno, sigo estando bien. Esa molestia que siento en un costado, ese puntito debajo de la costilla... esa patada en el hígado, no es suficiente para hacerme sentir mal. Es más, antes estaba peor. Ahora que mas o menos aclaré mis pensamientos no duele tanto. Pero bueno, sigue molestando. Jode. Como vos. Jode.
Jodés. Te quiero, pero jodés. Yo simplemente no podría convivir con vos, porque me convertiría en una homicida. Te mataría a sartenazos. Dios. Decidido: nunca más lo vuelvo a hacer, y voy a tener cuidado de que no sea un accidente, como esta vez. Lo que yo y un par de personas (Micas y Salames incluidos) ya sabemos, y no voy a nombrar. Porque bueno, por más que ame demasiado este espacio, no es seguro ni confiable. Lo leería gente que no quiero que lea esto (¿De verdad no quiero?), y no da. Por eso no cuento mi vida como si fuera un cuentito (bueno, más o menos).
Y sí, en este caso los celitos se traducen en patadas al hígado.
¿POR QUE SOS TAN GOMAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA?
Basta. Controlate, Magalí. Si todo esto sigue así, ya sabés como termina. Así que no te sorprendas, porque fue tu culpa. Já. Algún día me van a decir, con una sonrisa de sincera alegría:
-Gracias, Magui, sin vos esto no me hubiera pasado. Cómo te amo, amiga.
Y yo voy a sonreír hipócritamente, mientras pienso: sí, la re puta que nos parió. A mí, por gila, y a vos, por plaga y confite. PLAGA Y CONFITE.
Cómo me jode, no te das una idea lo que me jode, cuánto detesto ese aspecto de tu personalidad. Encima, es el más dominante. ¿De dónde saco tanta paciencia? Y bueno, es que a pesar de todo parece que te quiero.
Aunque vos y el otro tórtolo me pateen en el hígado.