lunes, 30 de abril de 2012

Cuando te veo

Hola, estoy pobre de ideas. Ya voy a volver a escribir. Besos. Les dejo una imagencita que me recuerda a alguien, especialmente la última parte. Eso explicaría todo ¿no?

viernes, 13 de abril de 2012

Chau, nitidez


R.I.P
Los voy a extrañar.
Los que sigan, por favor, apúrense en llegar.

jueves, 12 de abril de 2012

Un reto II

Te dije que no lo ibas a lograr.
Basta. Ahora callate vos.
Sos débil. Pero podés seguir intentando.
¿Querés una segunda oportunidad?
Eso ni se pregunta.

martes, 10 de abril de 2012

Un reto

Te propongo un reto, Magalí. ¿Aceptas?
Sí, acepto.
Te reto a permanecer callada.
Fácil.
No lo creo. A que no durás ni hasta el fin de semana.
Ya veremos. Voy a ganar. 

lunes, 9 de abril de 2012

El cerebro, el corazón (Parte III)

Sabby irrumpió en la casa con cara de perro. Sin siquiera sacarse la cartera ni aminorar la marcha, se dirigió a la heladera con el único fin de prepararse una chocolatada. Artemisa, quien escuchó los pasos y el sonido de la cuchara revolviendo en la taza desde la habitación que compartía con su compañera, supo que algo andaba mal. Que alguna de ellas se encaprichara con tomar chocolatada a cualquier hora, no auguraba nada bueno.
Cuando Sabby hubo terminado su vaso de chocolatada, se dirigió sin más a la habitación. Artemisa la miró desde lo alto de la cama cucheta, con el cuerpo contorsionado y la cabeza colgando boca arriba por el borde de la cama. Completamente desestructurada.
- No está funcionando – dijo simplemente, con voz monocorde. Las miradas del cerebro y del corazón se cruzaron. Sabby puso mala cara y le dio la espalda a su compañera. Se puso a ordenar la pila de ropa recién planchada.
- Todavía no lo sabés – replicó el cerebro, sin mirar a su compañera. -. Es muy pronto.
Artemisa apoyó los pies en la pared azul contra la cual se encontraba la cucheta, e hizo como que caminaba.
- Te lo digo yo, ahora. No está funcionando – repitió, asomándose una sonrisa burlona en sus palabras. -. Ni va a funcionar. Estuve pensando, y estamos haciendo las cosas mal.
Sabby bufó en respuesta, mientras colgaba un vestido en una percha. Su aspecto decaído, que no remitía, dejaba en evidencia su ánimo abatido. El cerebro hacía días que se sentía mal. Al final, se dejó caer derrotada en la silla del escritorio, y se cubrió el rostro con las manos. ¿Llorar? Nunca. Para Sabby aquello era una pérdida de tiempo. Pero entonces ¿Qué eran aquellas gotas resbalando entre sus dedos? Artemisa ya no sonreía. Se bajó de su posición y rodeó con sus brazos a su amiga.
- Creo que estás tratando de controlar todo, y eso no es posible – musitó el corazón con dulzura -. Aquella vez me dijiste que deje la situación en tus manos ¿Te acordás? Bueno, me parece que es hora de probar cómo salen las cosas a mi manera.
Sabby, quien lloraba en silencio, inmóvil, aún con el rostro hundido entre las manos, se tensó aún más, como oponiendo resistencia a lo que decía su compañera. No le resultaba nada fácil ceder el control. Artemisa lo percibió a la perfección, y en cierta manera entendía su postura. Dejar las cosas en manos del corazón significaba moverse a partir de sentimientos, espontáneamente, dejar que las cosas tomen su curso confiando en que lo que tenga que ser, será. Para quien acostumbra medir cada paso, no es tarea fácil.
- Igualmente, necesito que me ayudes a mantener la calma. Eso solo. Por ahora dejá que tus estrategias descansen, tomate una especie de vacaciones – sugirió Artemisa, sonriendo -. Probemos a ver cómo funcionan mis planes, que son un poquito diferentes a los tuyos. El objetivo es el mismo ¿no? Vamos a ver cómo sale.
- Tu plan consiste en no tener ningún plan – masculló Sabby, casi acusándola.
Artemisa asintió con la cabeza.
- ¿Qué tiene de malo? Probemos. Si no sale, vemos qué hacemos. Improvisemos, es divertido. Seamos libres, Sabby, ya me cansé de estar controlando lo que digo, cómo lo digo, cuándo lo digo.
El cerebro deshizo el abrazo con amabilidad, y se tiró cual bolsa de papa sobre su cama.
- Ya fue. Tengo sueño… creo que voy a descansar.  

viernes, 6 de abril de 2012

Boicoteando tus planes

No es tuyo. No es tuyo. No es tuyo. No es tuyo. No es tuyo. No es tuyo. 
Qué duro ¿no? Lo mal que se siente la incertidumbre. El miedo. Tan insegura, pero tan insegura, que tu cabeza se volvió un infierno al encontrar un indicio. Una competencia. No sos la única, aunque eso ya lo sabías. Te lo habían dicho, te lo dijo, y aún así sentís cómo una mano fría e invisible, probablemente la mano del miedo, aprieta tu corazón como si quisiera exprimir una naranja. Congela tus arterias, y el agua del deshielo corre por tus venas llegando a todas tus extremidades. Estás aterrada, y te preguntás por qué carajo no elegís el camino fácil. Al costado de tu ruta se abre un camino, soleado y floreado, que te llevaría hacia la calidez garantizada. Pero no te gusta, no como para tomarlo. Demasiado rosa, demasiado cuento de Disney. Preferís Harry Potter, esa aureola de misterio, la magia que se comprende por la experiencia, las pistas que hay que seguir, el rompecabezas que hay que armar. Te atrapa. Lo cual, para qué negarlo, es una mierda. Porque no sos Hermione, no sos McGonagall, ni Luna Lovegood, Bellatrix, Ginny, Rowena Ravenclaw. No. Vos sos una princesita cursi de Disney que se quiere pasar al bando de los malos y no le sale. La que se quiere hacer la dura, la inteligente, la estratega, calculadora. Y todo va bien hasta que descubrís que tu objetivo no te pertenece en absoluto. No es tuyo, se pertenece a sí mismo. Y por lo tanto, le pertenece a cualquiera que él quiera. A cuantas personas él quiera pertenecer. Y, si le pertenecés a muchas personas, no le pertenecés a nadie. 
Sentís que están boicoteando tus planes. Y no te parece que solo fuera "una piedra más en el camino". Una piedra más en el camino, que incluso disfrutarías sortear, sería su frialdad, su temor. Pero no, cuando esa piedra en el camino tiene cuerpo humano, ojos, pestañas, sonrisa, y (lo peor de todo) tiene personalidad, y sabe hablar, no te permitís margen de error. Con un error podrías perderlo todo, y estos dos meses solo hubieran servido para construir y destruir otra ilusión. Serías una princesita de Disney que no tiene final feliz. Chau chau adiós. ¿Vas a permitir que esto ocurra? ¿No? Bueno, ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a hacer pis sobre sus zapatillas para marcar territorio? Pensalo. Estúpida. 

jueves, 5 de abril de 2012

Bucear en el mar

En un determinado momento, a una le entran ganas de abandonar el bote y bucear en el mar. En ese mar tan grande, desconocido, lleno de sorpresas, el cual probablemente nunca lleguemos a conocer por completo, ni mucho menos comprender. Ese océano azul, inmenso, que pareciera no tener fin; similar al cielo, sólo que tangible, mucho más real. Podemos tocar las aguas, pero no sentimos las nubes. Por eso, en determinado momento, decidí sumergirme en el mar.
Empecé de a poco, digamos. Al principio solo me mojé los pies, pero la mayor parte de mí todavía estaba volando entre las nubes. Etapa un tanto confusa, solo nadaba en un pequeño charquito, pataleaba y salpicaba esperando, en vano, que el agua se multiplicase. Pero no eran más que gotitas, a las que me aferraba casi con fanatismo, producto de las inexplicables ganas que tenía de, al fin, nadar en el mar. El problema era que no aprendía a plegar mis alas, y seguía volando alto, sin poder sentir las nubes. Gaseosas, intocables, que nada tienen en común con el mito infantil del algodón. 
Más tarde, me enseñaron a hacer la plancha. Flotar en el agua. Es lindo, claro que sí. Flotar. Relajante, placentero, y pasado un tiempo tal vez se torne algo aburrido. Quiero decir, todo lo que hacés es mantenerte en la superficie del océano, con la vista fija en el cielo. Va a llegar un momento en el cual algo te desconcentre, interrumpa tu relajado equilibrio. Entonces te hundís. Sin querer acabás siendo arrastrado por una de esas corrientes oceánicas, vértigo y desesperación, inestabilidad absoluta, hasta que te encontrás tendido en la playa.
Ese momento, para mí, fue reconfortante. Mis amigos me ayudaron a ponerme en pie, a secarme. El sol brillaba en lo alto y las nubes me tentaban, pero yo hundía mis dedos en la arena, decidí mantenerme a salvo, en tierra firme.