Necesita una sensación para rozar las teclas. Necesita una canción para ilustrar el momento. Necesita una pausa. Piensa. Error. Lo intenta de nuevo. Siente. Así está mucho mejor. Entonces los dedos se manejan solos. Entonces el mayor decide dónde ubicarse, y luego lo siguen el anular y el índice. El pulgar marca el fin de una palabra, mientras ambos meñiques observan el trabajo de los demás, admirados.
Ella ni siquiera esta segura de lo que siente, pero no cabe duda de que siente algo. ¿Importa qué, con tal de sentir? Escribe, borra, escribe, borra. No, no está segura. A lo mejor ese es su sentimiento. Confusión, inseguridad. Es comprensible, supone. Las señales no son claras, se contradicen. Y se frustra. Se frustra sobremanera, porque por si no fuera poca su confusión, un molesto chillido rasca su cabeza de una manera casi dolorosa. Como si un pequeño hombrecito con un taladro estuviera haciendo un agujero con el fin de conectar las sienes mediante un túnel. Y encima, como si con todo esto no tuviera suficiente, la principal fuente de confusión, en este momento de su vida, interrumpe otra vez el hilo de sus pensamientos. Parece decidido a impedir que ella ordene sus pensamientos. Una palabra basta para desequilibrar, movilizar, provocar un terremoto, que la tierra cambie de eje, el sol se enfríe, la luna se paralice, el viento deje de soplar, se origine un huracán, el mar se calme, los ríos se agiten con un tsunami, que las vacas vuelen y los pájaros vivan en hormigueros. Que un conejo supere en fuerza a un tigre, que las jirafas devoren elefantes, las serpientes den su último abrazo, y el corazón un fuerte latido.
Sí, aún sabiendo que todo eso lo pudo provocar una sola palabra suya, aún sabiéndolo, alberga dudas. Quizás no de lo que sienta, sino de cómo sea correspondida.
Qué triste. Qué triste. Qué inseguridad. Qué confusión. Mucha confusión. ☻