miércoles, 15 de agosto de 2012

Las pruebas de tu permanencia

Es bastante frustrante regresar al cabo de un tiempo y ver que nada ha cambiado pero sin embargo ya nada reconoces. Saber que aquel sitio que tanto te gustó ya solo son recuerdos satisfactorios, que ahora solo te genera confusión. Mirás a tu alrededor, y sí, ese árbol siempre estuvo ahí, el techo de aquella casa siempre fue rojo, y todavía podés recordar las palabras de esa anciana amable que te aconsejó pasear al perro por el sendero marcado. Pero no te encontrás. Reconocés los objetos pero no hallás su esencia. Sos una desconocida en tu propio ámbito. ¿Qué mierda pasó?
Impecable fue tu estadía en aquel entonces. Luego te tomaste vacaciones, y al regresar no pudiste instalarte más. Y ahora querés abandonar por completo. Ya casi ni te interesa obtener las fotografías que dejaste en el pendrive. El pendrive está ahí, vos sabés dónde, pero no lo podés alcanzar. Y como no podés, no querés. Bajás los brazos, le das la espalda al vecindario que con tanto entusiasmo recorriste. Querés convencerte a vos misma de que no querés las fotografías, las pruebas de tu permanencia. 
Sabés que en el futuro, si algún día te preguntan si visitaste aquella ciudad, vos dirás que sí, y manifestarás unos cuantos recuerdos borrosos. Pero tus palabras no serán tan legítimas como si mostraras las fotografías. Querés hacerte creer que no te importa. Que esto, de todas maneras, no es lo tuyo. Que te sirvió para encontrar tu lugar favorito, desde luego; pero el vecindario en su totalidad no es de tu preferencia. Solo la mitad de las casas. Y ya está en tus planes recorrer otras ciudades, adquirir fotografías más relevantes. Pero ésta, no.
Y mirás a tu alrededor intentando reconocer algo, de todas formas. Pestañeas repetidas veces, exprimís tu cerebro hasta provocarte dolor de cabezas. Entonces, caes de bruces sobre la hierba, te volvés chiquita, ignorante, abrazás tu cuerpo intentando contenerte y pegás la cara al suelo mientras las lágrimas comienzan a correr. Sos un simple usuario, otra vez. Y te rendís. Ignorante.  

martes, 14 de agosto de 2012

Llueve copiosamente

Llueve copiosamente en la ciudad, y los truenos no auguran ninguna mejoría. Para darme la razón, el sonido de las gotas sobre el techo, las baldosas, las hojas de los árboles, aumenta su intensidad. Las calles se llenan de agua dulce, la gente busca refugio en sus casas. Aquellos pocos que deben asomar la nariz bajo el diluvio por obligación, toman con firmeza sus paraguas de colores. Los truenos siguen acomodándose entre las nubes. Llueve copiosamente en la ciudad.
Y yo, yo debo asistir a mi sesión de suplicio femenino.

martes, 7 de agosto de 2012

Cerraría los ojos

Los párpados caen.
Y el viento susurra entre las hojas; la melodía me llena el pecho, y tu respiración acompasada alivia mis tensiones. Tu presencia a mis espaldas, tus brazos rodeando mi abdomen y el peso de tu cabeza en mi hombro. Perfección. El cabello rebelde cosquilleando en mi cuello, la barba raspando suavemente mis mejillas. ¿Qué más? Calidez. Silencio y conexión.
El viento entre las hojas, la melodía que llena el pecho, tu respiración acompasada.
Combinación de momentos, que logran una atmósfera soñada. Cerraría los ojos, dejaría los párpados caer, para situarme en medio de aquel ambiente. Espontaneidad, tranquilidad. Así y todo, imperfección. Torpeza, risas. Inspiración, exhalación. Tu respiración acompasada.
Y lo que más me gusta de vos, es lo que no se puede ver.