La muchacha se removió en su asiento, incómoda, al ver que se acercaba su turno. No debía tener más de 17 años, pero su postura rígida, sus labios apretados, y su barbilla elevada, hacían que se viera mayor. - Gracias por contarnos tu historia, Verónica - dijo el coordinador con una sonrisa comprensiva, mientras todos aplaudían. La joven tensa fue la última en aplaudir, pues la verdad ni siquiera estaba escuchando el relato de su compañera. Mal hecho. Debía estar atenta, ya que ella era la siguiente, y en cuanto los seis pares de ojos allí presentes se posaron sobre la chica, esta no tenía la más pálida idea de lo que iba a decir.
- Eh... Hola, me llamo Lucila - balbuceó. Todos corearon un entusiasmado «¡Hola, Lucila!». Ella improvisó una sonrisa, que dado su nerviosismo, se asimiló más a una mueca rígida. Todos guardaron silencio y esperaron que Lucila continuara hablando.
- Tengo 16 años y soy ególica - y estúpida, mirá lo que es esta gente ¿Qué hago acá? - Yo... en realidad no necesito esto - su mirada se encontró con la del coordinador, quien inclinaba la cabeza en gesto de pensativa atención. -. Soy una chica sana, no necesito terapia. Mi mamá está un poco loca y no sé de dónde sacó que soy ególica. En serio, no lo soy. Llevo una vida normal - las palabras brotaban sin parar con la firme intención de servir de excusa. Lucila quería marcharse de allí.
- Voy al colegio, me va bien, tengo buenas notas. Tengo muchos amigos, me suelen buscar porque doy consejos excelentes. No soy egoísta, me gusta ayudarlos. Siempre que puedo les doy mi opinión, intento orientarlos. Aunque se trate de un tema en el que yo no tenga experiencia, les doy consejos. Se sabe que tengo más sentido común que ellos, mi mente funciona más calmadamente, y por ende puedo pensar mejor. Me gusta ayudarlos.
»Como dije, soy una chica normal. Sé que no soy la más bella, pero no lo necesito. Creo que con mi inteligencia y mi gran personalidad, alcanza. Sin embargo, me considero una incomprendida. Este mundo superficial en el que me tocó vivir, impide a los chicos fijarse en mí. Si fueran capaces de ver más allá de la cáscara, podrían apreciar la dulzura de la pulpa (me gustan las metáforas, soy muy buena en eso). Como decía, lo superficial que es la gente le impide valorarme por lo que soy. Pero bueno, no los culpo. Hay personas más evolucionadas que otras, y no hay que descalificarlos por ser tan vacíos y chatos. Algún día, tal vez, logren entender lo que, en este momento, evidentemente está más allá de su capacidad de comprensión. - Lucila se tomó una pausa para recorrer con mirada autosuficiente los rostros de sus compañeros. Algunos asentían con la cabeza; otros, junto con el coordinador, mantenían inexpresivas sus facciones.
- Como verán - continuó, declarándose victoriosa -, soy una chica sana con pensamientos solidarios y humildes. Nada de lo que preocuparse. No tengo ni una pizca de ególica, no me permito tales bajezas. Creo que puedo estar por encima de comentarios vanidosos, porque tranquilamente puedo demostrar mis talentos e innumerables valores con hechos - Lucila fue recogiendo su mochila y se puso de pie mientras hablaba. Miró a sus compañeros con fingida empatía.
- Les deseo muchísima suerte, chicos. La verdad, fue un gusto conocerlos; pero todo esto lo tengo perfectamente superado. Sigan adelante con el tratamiento; no se preocupen, a la larga puede ser que noten mejoras. Cuando logren el equilibrio que yo tengo, me llaman y salimos a tomar algo ¿Eh?. Encantada, che. Suerte, chau.
Lucila se dirigó con paso firme hacia la salida. Impecable, una diosa. Les había demostrado a todos con éxito que ella no necesitaba tratar su ego desbordado. No era ego, sino realismo. Claramente.
- Ejem.. ¿Lucila? - carraspeó el coordinador, elevando las cejas. Ella lo miró por encima del hombro.
- Mejor quedate, va a ser muy interesante... tenemos mucho sobre lo que trabajar.
Escrito el Lunes 8 de Agosto, 01:04 AM.