miércoles, 20 de junio de 2012

Momento

Transitando un momento en el que me siento enferma. Debería tomarme la fiebre de nuevo. Pero no tengo ganas, no quiero levantarme de la silla y caminar hasta el desayunador. Ya engordaste medio kilo sentada ahí, dijo sin saber que cada palabra era un puñetazo impactado en la bolsa de boxeador. Y yo soy la bolsa. Mi labio inferior flaqueó y le lancé una mirada acusadora. El labio tembló más. Ella rió, y se marchó. Ya sería la segunda vez en el día que lloro por pelotudeces. ¿A qué se debe? ¿Las hormonas? Tengo esa costumbre de adjudicar todo malestar a las hormonas femeninas. Es que no encuentro otra razón. Después de los cuarenta mejores minutos del día, no podía quejarme. Mis deseos habían sido escuchados, transmitidos. Y después, me sentí enferma. Como para arruinar ¿viste? Feriado aplastante y aplastado.
Dolor de cabeza, debilidad corporal, y aún así seguís acá. Sentada. Barajaste la posibilidad de irte a dormir temprano, pero ya no tenés cama. Está en reparación. No dijiste nada. Hoy no dijiste nada importante. Pensaste cosas importantes, tal vez, pero no las dijiste. Y te duele la cabeza.
Qué retorcida sos. Y ya empezaste a hablarte como segunda persona. Eso pasa cuando empezás a cagarte a pedo ¿no? Pelotuda.
Te merecés un par de trompadas. Sabés que lo más llamativo de vos no está ahí, no es tu fuerte. ¿Cuántas veces hablamos esto? Sos repetitiva, eh. Cansás. Sé que no es fácil convivir entre personas que reúnen todas las cualidades que a vos te faltan. Pero a vos te va mejor, y lo sabés. Tu problema no es una baja autoestima, te querés bastante. Pero bueno, te gusta centrarte en tus puntos débiles. El error está cuando, en vez de ponerte en acción, te quejás. Quejosa, quejosa, quejosa. Como ahora.
En este momento, te odio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario