viernes, 7 de octubre de 2011

La cornamenta del ciervo

- ¡Bueno! - bufó, repantigándose en su mullido sofá. Me sonrió como queriendo darme ánimos -. Te escucho.
Yo, sentada en mi silla, muy derecha, rígida, tragué saliva. Humedecí mis labios y me aseguré de aclarar la garganta antes de hablar.
- Lo único que quiero es confiar - de todas maneras, mi voz raspaba. Salió ronca, a modo de murmullo.
- Entonces dejá de escuchar a los demás - me aconsejó, inclinando la cabeza con mirada dulce. Intentaba comprenderme, sé que lo intentaba.
- Es imposible. ¿Qué es uno sin los demás? Su opinión es importante. Necesitamos de los demás. - parecía que croaba. La que estaba sentada en mi lugar ya no era una quinceañera. Era una rana grande, verde y afónica. Negó con la cabeza levemente.
- Ni siquiera son tus amigas. ¿Para qué les confesaste eso? - me preguntó. Pude percibir el deje de lástima que ocultaba su tono.
- Tenía que contárselo a alguien. Todo debo contárselo a alguien. No sé guardar mis propios secretos. Tengo que publicarme, de alguna manera. Sé que tuve que hacerlo. Ahora todos piensan que en vez de una rana, soy un ciervo. Encima un ciervo macho, con toda su cornamenta.
- Nadie se va de esta vida sin ser un ciervo. Si naciste león, cabra, serpiente, caballo, conejo, ardilla, lobo, delfín o lombriz, te morís siendo ciervo. Tarde o temprano, te empieza a crecer una hermosa cornamenta.
- Hermosa nada. A mí no me gustan las cornamentas. Y mucha gente es ciervo y no lo sabe, entonces la cornamenta es invisible. Pero a mí me informaron que tengo una. Y ahora, gracias a mi necesidad pelotuda de  divulgarlo todo, la cornamenta la veo yo, la ven mis amigos, y algunas compañeras.
- Pero, según vos, en su momento no te molestó tener una cornamenta.
- Es cierto. Pero ahora sí me molesta. Porque yo pensaba que lo que me había crecido eran tan solo un par de cuernitos tiernos, como los de la jirafa. Pero hoy me dijeron: aunque sean chiquitos, siguen siendo cuernos.  Y no quedan lindos. Sabés que soy sumamente influenciable ¿Cómo hacer caso omiso de semejante comentario? Ahora me siento mal. Quiero ser una rana. No quiero ser ciervo.
- ¿Una rana? ¿Y seguir comiendo bichos? - una sonrisa se asomó entre sus palabras -. Pensé que te gustaban los platos caros - me guiñó un ojo. 
- Me encanta el lujo - aclaré -. Tenés que saber que, aunque sea una rana, él me convierte en una princesa. Ser una rana podría no significar comer bichos siempre. Eso lo dejé atrás. Soy una rana con clase.
- Un ciervo con clase, diría yo - me corrigió.
Okey, soy un ciervo. Podría decirse que tengo cornamenta. Pero, si te soy sincera, me importa más el lujo que la cornamenta, aunque se trate de cuernitos de jirafa. Como él, hay pocos. No mentí cuando dije que no lo pienso soltar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario