Todo está oscuro. Sentada sobre cemento frío, en una habitación vacía y estrecha. Ni un ápice de luz. ¿Cómo sé, entonces, que es estrecha y está vacía? Bueno, es que siento el halo helado de las paredes muy cerca de mí, como si estuviera metida en una caja de material gris. Materia gris. Dura y gélida como el acero, pero rugosa como una pared de cemento. Carente de muebles, lo sé, porque no percibo la calidez que una madera puede proporcionar, ese simple vestigio de que allí hay algo que alguna vez tuvo vida, que antaño fue un árbol desperezándose hacia la luz del sol. ¿Sol? Tan solo una palabra. Rápidamente olvidé cómo se siente la "calidez" que suele transmitir el astro. Ni siquiera yo transmitía mucha vida. Una presión en el pecho, como una piedra redonda, plana y pesada metida entre los pulmones y las costillas, me impedía respirar con normalidad. Los hombros en tensión, que junto a la cabeza ladeada, desganada, inerte, me daban una postura semejante a la de un espantapájaros. Así es como siento yo la culpa.

- Es tu culpa, es tu culpa, es tu culpa - canturreó con una voz chirriante, y tono desproporcionadamente infantil. -. Nunca deberías haber abierto la boca. Tenés tanto que aprender, tanto que aprender.
Siempre su monólogo empezaba así. Tenés tanto que aprender. Sí, es verdad. Y ella sabía, tanto como yo, qué defecto me había traído tantos problemas en las últimas semanas. Algo que debía cambiar, por más dificil, complicado e inconsciente que parezca. Es que no me doy cuenta, no pienso. Ocurre en esos momentos en que dejo descansar a mi cerebro. Grave error. Luego termino dentro de él, en una caja de cemento, y ella viene a atormentarme. Mi castigo.
- ¿Viste? Boca floja. Buchona, cotilla, liante, novelera, enredadora. Eso es lo que sos. Ahora hacete cargo, ahora bancátela. Chismosa. Bien merecido tenés si los dos dejan de hablarte. Si te sentencian con su silencio. Bien merecido, por cizañera. Por tomar partido, por anteponer uno al otro, y pretender que todos piensen que sos imparcial. Por cuentista. No te podés callar la boca ¿no? Nunca. Si no hablás de los demás, no hablás de nada. No tenés vida. Aprendé a serte fiel y dejá de cagarle los secretos a los demás. No se te puede contar nada. Botona. Si no tenés privacidad ni siquiera con vos misma, ¿cómo pretendés mantener en privado algo ajeno? Se empieza por uno. Ahora jodete. Llorá todo lo que quieras, hacete la cabeza, fingí que no es tan grave. Total... las cosas no cambian. Sabés que de alguna u otra manera vas a terminar encerrada acá. Egoísta. ¿Elegir? Decís que no querés elegir, y en realidad ya lo hiciste hace mucho tiempo. Buscás excusas que justifiquen tu elección para que los demás no te acusen de traidora, o infiel. Intentás que estén de acuerdo con vos, que crean lógica tu decisión. Pero dale, no engañas a nadie, todos saben que no sos sincera. Mentirosa. Ahora pudrite en la caja. Pagá las consecuencias, si querés pedí disculpas. Si te las aceptan o no, eso quedará a tu suerte. Pero nunca fuiste muy afortunada ¿no? El azar no es lo tuyo. No sé, fijate.
Y se fue. El zumbido de las alas de mosca desapareció, dejó de golpearme la cabeza y me encontré sola otra vez. La caja de cemento no había cambiado para nada, las sienes me ardían, el pecho se me cerraba y el cuello me dolía. Nada había cambiado en realidad. Seguía encerrada en mi culpa, en mi castigo. Solo que ella, la que siempre me dice todo en crudo, sin anestesia, había dado su veredicto. Y ahora no podía evitar pensar que todo lo dicho era absolutamente real.
qué hiciste?
ResponderEliminarPonele que es ficción. La piba es una chismosa que no sabe cerrar la boca. Y por eso se le arman quilombos. Simple :P Es un problema común contado de manera dramática.
ResponderEliminarque pena que no se pueda poner un me gusta mucho
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