lunes, 4 de noviembre de 2013

Incluso a ciegas

Me vuelvo a convencer de que escribir no es un hobby, no es un pasatiempo: es una necesidad. Tengo que escribir.

A principio de año, tuve que contestar unas preguntas personales para teatro. Cuál es mi música favorita, qué comidas no me gustan, si estoy enamorada. Recuerdo que titubeé antes de responder esta última, pero finalmente dije que sí. Al instante me sentí bastante tonta. Sabía que aquella historia estaba cerca de su final, un final que yo misma provocaría, y me pregunté si aquel "sí" seguiría vigente al final del año. 
Hoy, llegado noviembre, es evidente que el sentimiento está intacto, si no intensificado por la nostalgia. Lo quiero hoy como lo quise hace un año, tal y como lo quería en el momento de decir basta.
No dejo de torturarme con preguntas, la gran mayoría variantes de "¿Qué habría pasado si me hubiese tragado el orgullo y no le hubiese cerrado la puerta?". Es lógico que esto también lo pensé antes de tomar una decisión, y lo cierto es que ganó el miedo. ¿Podría soportar que me abandone? Recuerdo imaginar toda la situación. Acordaríamos una cita, y yo acudiría con entusiasmo. Al notar su frialdad, sabría que algo no iba del todo bien. Él empezaría a hablar con aire afligido pero decidido. Teniendo lástima del corazón que estaría a punto de romper. Me repetiría varias veces lo buena chica que soy, lo bien que la pasa conmigo y lo mucho que me quiere, pero entonces yo comprendería que nada de eso es suficiente. Que se enamoró de otra. Y que está dispuesto a dar el paso que no pudo dar conmigo. ¿Sería eso más soportable que haberlo dejado ir, huyendo de esta situación? Quizás al menos habría podido odiarlo.
Cuando tomé mi decisión, creí poco probable el final que yo hubiese elegido. ¿Qué pasaría si finalmente quería estar conmigo? Incluso hoy el porcentaje de probabilidades me parece muy bajo. Pero ese pequeñito 1% me atormenta, y es el que me impulsaría a intentarlo de nuevo, a tratar de recuperar lo que la razón me hizo perder, incluso si voy a ciegas y me estrello contra un muro de ladrillos. Perdón, contra un muro de hielo. Porque no olvido con quién estoy tratando. Una voz en mi cabeza me lo recuerda todo el tiempo, y me hace vacilar. Pero si se trata de una causa perdida, lo descubriré cuando sienta un impacto frío en lo más profundo de mi corazón. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario