Ay, cómo te extrañaba!
Ayer volví a terapia, señoras y señores. Lo necesitaba, dados los sucesos santaclarenses que no voy a enumerar, pero que me hicieron sentir demasiado mal. Inferior, ponele.
Me senté en el sillón, tras rodear con brazos de te extraño y te necesito a mi terapeuta. Empecé hablando bien, yendo al grano por temor a que se cumpliera la hora sin que yo hubiera terminado de descargar y explicar. Mi psicóloga me observaba, ya sabiendo que la aparente razón de mi desdicha no era la expresada, sino que se trataba de algo mucho más profundo, que vengo arrastrando hace años. Remarcó dos oraciones, y yo rompí en llanto. Evidentemente las sonrisas y risas nerviosas que acompañaban mis palabras hasta el momento eran tan solo una máscara. Miriam ya lo sabía.
Elevó el tono de voz y me habló más duramente de lo normal. No, dura no. Directa. No se anduvo con vueltas, y me mostró los puntos en los cuales yo estaba por completo errada. Me hizo entender que debía potenciar mis virtudes, en lugar de competir e intentar superar a alguien más. Aceptar que hay cosas que no puedo lograr, bromear respecto a ellas, tomarme los defectos con humor. Dejar la soberbia de lado, y estar dispuesta a aprender, a esforzarme, aunque no me convierta nunca en una profesional. Lograr verme con objetividad, y no con pesimismo. Resaltar lo que tengo de bueno, y no solo lo que hago mal. Le dio la razón a Salame cuando este me dijo: dos personas son absolutamente incomparables, por algo somos seres individuales. Al final de la sesión, Miriam me llevó hasta el espejo e hizo que mirase mi propio reflejo.
- Estás mucho más iluminada que cuando llegaste. ¿Ves? Es como si una sombra hubiera desaparecido de tu cara.
Realmente, fue un alivio. Ahora hay mucho que trabajar, mis problemas no desaparecen por arte de magia. Pero creo que ya di el primer paso ☺.
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