sábado, 1 de febrero de 2014

Quiero tu versión

Quiero tu versión de tarde noche,
tu versión de bar, rimas y saxofón.
Quiero que mantengas la primer impresión,
que tu arte no se vaya con el humo espeso de tu exhalación. 
Quiero tu expresión pensativa,  tu mirada medida
tu habilidad de convencer. 
Te quiero comprador, ladrón, farsante.
Dejame sostener la ilusión. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Incluso a ciegas

Me vuelvo a convencer de que escribir no es un hobby, no es un pasatiempo: es una necesidad. Tengo que escribir.

A principio de año, tuve que contestar unas preguntas personales para teatro. Cuál es mi música favorita, qué comidas no me gustan, si estoy enamorada. Recuerdo que titubeé antes de responder esta última, pero finalmente dije que sí. Al instante me sentí bastante tonta. Sabía que aquella historia estaba cerca de su final, un final que yo misma provocaría, y me pregunté si aquel "sí" seguiría vigente al final del año. 
Hoy, llegado noviembre, es evidente que el sentimiento está intacto, si no intensificado por la nostalgia. Lo quiero hoy como lo quise hace un año, tal y como lo quería en el momento de decir basta.
No dejo de torturarme con preguntas, la gran mayoría variantes de "¿Qué habría pasado si me hubiese tragado el orgullo y no le hubiese cerrado la puerta?". Es lógico que esto también lo pensé antes de tomar una decisión, y lo cierto es que ganó el miedo. ¿Podría soportar que me abandone? Recuerdo imaginar toda la situación. Acordaríamos una cita, y yo acudiría con entusiasmo. Al notar su frialdad, sabría que algo no iba del todo bien. Él empezaría a hablar con aire afligido pero decidido. Teniendo lástima del corazón que estaría a punto de romper. Me repetiría varias veces lo buena chica que soy, lo bien que la pasa conmigo y lo mucho que me quiere, pero entonces yo comprendería que nada de eso es suficiente. Que se enamoró de otra. Y que está dispuesto a dar el paso que no pudo dar conmigo. ¿Sería eso más soportable que haberlo dejado ir, huyendo de esta situación? Quizás al menos habría podido odiarlo.
Cuando tomé mi decisión, creí poco probable el final que yo hubiese elegido. ¿Qué pasaría si finalmente quería estar conmigo? Incluso hoy el porcentaje de probabilidades me parece muy bajo. Pero ese pequeñito 1% me atormenta, y es el que me impulsaría a intentarlo de nuevo, a tratar de recuperar lo que la razón me hizo perder, incluso si voy a ciegas y me estrello contra un muro de ladrillos. Perdón, contra un muro de hielo. Porque no olvido con quién estoy tratando. Una voz en mi cabeza me lo recuerda todo el tiempo, y me hace vacilar. Pero si se trata de una causa perdida, lo descubriré cuando sienta un impacto frío en lo más profundo de mi corazón. 

lunes, 28 de octubre de 2013

Mar de dulce de leche

Podría decirse que estoy en un botecito. Un humilde botecito reconstruido. Yo me encontraba (o me encuentro, ya que está lejos de desaparecer del horizonte) en una islita con sabor amargo en medio de un mar de dulce de leche. Hablo todo en diminutivo porque me tengo lástima, o porque no me queda otra que burlarme de mí misma, en fin.

Yo permanecí en esa islita unos largos meses. Llegué allí por cuenta propia, huyendo de un barco pirata o algo así. No, un barco fantasma. Era uno de esos navíos grandes, interesantes, con muchas historias a bordo. También, el barco fantasma estaba cubierto de musgo, bastante deteriorado, y navegaba en solitario sin un destino aparente. A mí me pareció que el capitán había perdido la brújula. Quizás por eso quise embarcarme con él, para ayudarlo. Lo cierto es que no soy una experta en navegación, mucho menos en lo que respecta a la orientación o al mantenimiento de un barco; pero tenía la voluntad. Bueno, el caso es que un tiempo después me di cuenta de que el capitán no había perdido ninguna brújula, sino que su vida consistía en flotar hacia donde la corriente lo lleve. No tenía destino, y a toda la tripulación le daba exactamente igual que yo esté ahí o no. Descubrí que no tenía nada que hacer a bordo. Y me asusté, porque… de un momento a otro, sin previo aviso, bien podrían tirarme al mar y deshacerse de mí. Aquel pensamiento me dio terror, de manera que llevé a cabo mi escape. Me robé uno de los botes que llevaba la embarcación y me fui, remando lejos lo más rápido que pude. Nadie hizo el menor esfuerzo por detenerme. Tampoco incitaron mi partida.

Así llegué a la islita. Fue el primer trozo de tierra que encontré y, aunque hubiese preferido otra cosa, era mi única opción. Alrededor, todo era océano. Toqué tierra y tuve un arranque de ira. El bote quedó hecho pedazos. En las siguientes semanas me dediqué a explorar la isla, cada tanto parándome a llorar por mi soledad. Pronto descubrí que una familia de aves visitaba la islita a menudo, y ellos me ayudaron a no sentirme tan mal. Me acostumbré a su presencia, y ellos a la mía; verlos me hacía bien, y tenía la sensación de que el sentimiento era recíproco.
La comida en la islita era amarga. Todos los frutos, todas las hierbas. También tuve que acostumbrarme a eso.

 Y ese tipo de alimentos fueron lo único que tuve para ofrecerle al capitán de un barco rosado que ancló un día cerca de mi isla. Él se quedó un par de días conmigo. Era puro cachete y pura sonrisa. Rápidamente me cansé de él; por eso rechacé la invitación de embarcarme junto a su tripulación en el barco rosado. Lo dejé ir, sin lamentarme demasiado. Debo admitir que un poco lo eché.

Solía sentarme en la playa, mirar el mar y pensar. Me parecía que ya iba siendo hora de dejar la soledad de la isla. Las aves, que ya pronto armarían el nido juntas, me recordaban lo sola que estaba. Cerca del horizonte aún se encontraba el barco fantasma; pocas veces podía verlo nítidamente, porque generalmente lo rodeaba un banco de niebla. Parecía tan lejano, pero una parte de mí sabía que podía alcanzarlo. Sin embargo… Un poco a regañadientes decidí que no podía seguir sentada esperando secretamente a que el barco fantasma viniera a buscarme, rogando un destino. Armé una fogata, esperando que alguien viera mis señales de humo. Un barco rojo escarlata ancló no muy lejos de mi isla. Agité los brazos en su dirección, y el capitán se acercó a la orilla en un bote del mismo color que su nave. Sin tocar tierra, me dejó en claro que él no recolectaba almas, sino solo cuerpos. Un minuto de vacilación bastó para que aquel capitán escarlata diera media vuelta y remara de regreso al barco. Grité y supliqué que por favor regresara, que me llevara con él. Que no quería conservar mi alma. Al parecer no lo convencí, y el barco se marchó.


Finalmente tomé otra decisión, quizás tan apresurada y errónea como la primera. Con maderas húmedas, reparé precariamente el bote con el que había llegado a la islita. Tome los remos, llenos de moho, y me lancé al mar, con la firme decisión de llegar hasta el barco fantasma. Por eso ahora estoy acá, remando, remando… nunca avanzando. No sé si habré aprendido algo en esta travesía, pero sí puedo asegurar que no es nada fácil remar en un mar de dulce de leche. Solo sé que aún no quiero regresar a la isla. 

viernes, 11 de octubre de 2013

Desconexión

Sé que todavía faltan dos meses para que este año termine, pero voy a hacer de cuenta por un momento que mi deseo se vuelve realidad, y de alguna manera viajé en el tiempo hasta el 30 de diciembre, fecha en la cual puedo dar mi opinión respecto a lo que el 2013 representó para mí. Quizás te preguntes cuál es mi apuro… bueno, dado que ya pasó más de la mitad del año, casi puedo saber qué características predominaron a lo largo de estos meses. Y debo admitir que estas características hacen que quiera dejar todo esto atrás de una vez por todas, y una manera de apurar el trámite sería con el lavado de cabeza que se produce durante las vacaciones, cuando hay tiempo para descansar sin culpa.
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Tengo una increíble facilidad para hacerme mierda sola, hablando claro y pronto. Quiero decir, los pocos avances que logré en estos - ¿Ya? – seis meses, los tiré a la basura en dos semanas. Así de fácil. Solo tuve que hacer presencia, y mi humilde mundito precariamente construido de superficialidades, se desmoronó ante el primer aliento de su voz. Mmm.. nah, exagero. En realidad todo se arruinó hoy, que tuve más tiempo para prestar atención. 
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Evidentemente no puedo conectarme con nada. Fue un año de distancia; los acontecimientos acaecidos en marzo, de alguna manera, me hicieron poner en off las emociones (mejor dicho, la expresión de las mismas) y por eso hace meses que no escribo nada decente en el blog. Cosa que me atormentó sobremanera. Donde antes había entre 5 y 7 entradas por mes, ahora había tan solo una, y muy tirada de los pelos. Es decir, “Mediocre” no es una entrada. No es un texto. Es tan solo una palabra idiota que buscaba rellenar el vacío de Barrita de Bonobon. En resumen: una porquería. Y debo decir que continuar con esta entrada también me está costando mucho. ¿Por qué? Porque no estoy conectada. Hace un par de semanas asistí a un taller de EFT (Técnica de Liberación Emocional), pero no pude experimentar ningún resultado, debido a mi falta de concentración. Siempre estoy cansada a pesar de no hacer demasiadas cosas durante el día, e involucionó mi capacidad de hablar en público. Desde marzo, mi principal compañía es la tristeza, la envidia, el apego excesivo. Me pierdo en mis cavilaciones con demasiada frecuencia y pronto olvido lo que estaba pensando. La gente me resulta poco interesante, y dejo pasar oportunidades. Y cuando, a pesar de mi evidente desinterés, alguien intenta inmiscuirse en mis afectos, me irrito y corto todo a menos diez. Y no sé qué más escribir, porque estoy desconectada. Y soy bastante idiota.

miércoles, 31 de julio de 2013

Magui tenía razón

Necesito escribir algo soberbio. Ahí va:
Y, al final, Magui tenía razón. Yo se los dije, se los dije. Y tenía razón.

Por dónde empezar. Podría decirse que necesito urgentemente hacer catarsis. Mi prolongada ausencia en el blog sólo me genera preocupación. No es que no haya intentado escribir antes: sí lo hice. Escribí párrafos que tras terminarlos me parecieron basura; los borré así, sin más: puse Cerrar y Cancelar cuando Word me ofreció guardar los cambios. Ya ni recuerdo qué palabras había empleado, ni qué tema me había provocado una inspiración fugaz. Porque, hay que decirlo, cada palabra conllevaba intentar ordenar los pensamientos en mi cabeza, que lejos de volar y deslizarse, estaban trabados, rígidos, temblaban de la tensión, y resultaban inteligibles. Ya desde entonces sentía mi pecho convertido en piedra. Ablandado momentáneamente por personas a las cuales no les doy el valor que se merecen. Y es que siento que mi esquema se rompió; que lo que yo creía estable, puede rajarse con el tiempo, sin que nadie se dé cuenta, hasta que notas que, simplemente, no estás a gusto en esa compañía, fuera de una comunión superficial. Hoy me duelen relaciones más importantes que las que podría mantener con un chico. Es un malestar muy diferente; no tiene sabor a vacío, sino a... no encuentro la metáfora adecuada. Para tener una idea, imaginá que en el pecho tengo una máquina constantemente en movimiento. Hay engranajes que se empujan entre sí, encajan perfectamente unos con otros y permiten un funcionamiento fluido. Hasta que una piedrita logra filtrarse y penetrar en el sistema, instalándose caprichosamente entre los engranajes, obligándolos a detenerse, a temblar por el esfuerzo de seguir girando. Es una sensación trabada, trastabillada, rígida, tensa y humeante. Eleva mucha temperatura pero no enciende fuego. Me llegó la palabra adecuada: no hay vacío, sino sobrepoblación. Hay algo que sobra, y frena todo.
Regresé a la etapa crítica. No es una crítica generalizada... Bueno, puede que lo sea, pero algunas me producen mayor intolerancia que otras. La falta de compromiso me saca de quicio. No puedo con ello. Puede que resulte irónico, pues soy proclive a querer abandonar algunas cosas cuando empiezan a requerir un mayor esfuerzo y… compromiso. Pero quizás lo que me genere más rechazo sea el hecho de comprometerse con algo o alguien, no cumplir con lo acordado, y encima no admitir que la falta la cometió uno. Acá sale otra vez mi lado soberbio: yo, al menos, lo hago. Quiero decir, últimamente trato de cumplir con mi palabra; si dije que sí, y luego me arrepiento, me obligo a cumplir; o en su defecto, lo primero que hago es llamar,  o comunicarme de alguna manera, para avisar y reconocer mi falta, y para pedir disculpas. Y si no estoy dispuesta a cumplir, aprendí a decir que no. Directamente a no comprometerme. Pero bueno, sé que no todos somos iguales y blablabla. Pero no quita que me moleste.

(Le Valse des Vieux Os: este tema acaba de descolocarme, me obligó a frenar mi exasperada descarga y deleitarme con las notas del acordeón. Hermoso, nunca lo había escuchado. Oh, y ahora empieza La Dispute. Amo a Yann Tiersen, especialmente el Soundtrack de Amélie)

Regresamos. Es bastante difícil volver a escribir sobre lo que me molesta con tan bella música de fondo, causándome escalofríos. Pero bueno, se suponía que hoy iba a liberar ¿no?  Digamos que lo otro que me exaspera, que me hace perder la paciencia, querer pegarle a la gente, lo otro que saca mi lado violento y despreciable, es la histeria. Entiéndase como histeria, según mi propio diccionario personal, a la ambición y acción inconsciente y prácticamente permanente, de captar la atención del sexo opuesto, o del objeto de deseo sexual. Este problema lleva, en casos extremos, a no buscar amigos sino posibles levantes, a dañar vilmente a quienes creen ser amigos; me genera un profundo rechazo quien prioriza el goce sexual o el crecimiento desmesurado del propio ego, ante un afecto tan puro como es el de la amistad. Si estabas sospechando que me refería a una persona en concreto: acertaste. Pero lo que más me enfurece es que este sujeto esencialmente histérico, incremente la histeria de personas allegadas a mí, ya de por sí histéricas. Y que todo se convierta en una bola gigante de idas y vueltas, de insinuaciones, de “errores”, de mesientoculpable, de nolehablomás y al segundo siguiente estar buscando su atención otra vez. Y me genera impotencia que no se den cuenta que vuelven una y otra vez a lo mismo, que se juegan asuntos de valor por una calentura, por un imbécil, que sí, no me arrepentí nunca de decirlo, y ahora lo vuelvo a decir: trata a la gente como lacras. Pero es muy sutil, o eso creía él.
Sin embargo, lo que más me pesa, lo que más bronca me da, es que yo no tengo nada que ver con esto. ¿Para qué mierda te involucrás, Magalí? Nadie te llamó. Tu obsesión con el drama busca constantemente algo por lo cual amargarte. APARTATE.

Podría decirse que el asunto está solucionado… Espero encarecidamente que esté solucionado de una buena vez, que la histeria se les meta para adentro o que directamente desaparezca, y vivir una vida tranquila(?). Pero una parte de mí sigue sin creerlo, sigue sin confiar… de manera que el tiempo dirá.

viernes, 24 de mayo de 2013

Resultó ser somático

¿Quién lo hubiese pensado? Al menos, yo no. Podría relacionarlo con un montón de cosas; con mis descuidos, mi irresponsabilidad. Pero, al fin y al cabo, todo problema físico resulta ser somático ¿No?
Si bien los factores antes mencionados hayan acentuado mi malestar, la ubicación del mismo en mi mapa corporal coincide con un asunto emocional que me perturba desde hace un tiempo.
Conjuntivitis en el ojo izquierdo.
El lado izquierdo del cuerpo indica nuestro pasado; y los problemas en los ojos delatan que algo no queremos ver. Ahora bien, sin creer que estoy forzando las interpretaciones, deduzco que hay algo en mi pasado que me niego a ver. O (ya que llegamos acá, volemos), no quiero ver que algo pertenece a mi pasado.
¿Todos estamos pensando lo mismo? ¿En el mismo?
Debo admitir que estoy sorprendida. Siempre fui consciente de que me costaría mucho dejar el nosotros atrás, de que me llevaría un tiempo considerable sacarlo de mi cabeza, y aún más de mi corazón. Pero nunca creí que el asunto acarrearía consecuencias físicas; nunca se me ocurrió. Y sin embargo, acá estoy, viendo cómo el 2013 pasa dificultosamente, y muy a mi pesar.
Extraño demasiado, no me comprometo con el estudio, ni con mi aprendizaje, y por si fuera poco, acumulo faltas, que tan necesarias son en el último año de secundaria.
Hasta ahora, lo único que me dio profunda felicidad fue el maravilloso verano, tanto en Buenos Aires como en el exterior, y del otoño solo rescato cierto grupo de amigos que me hacen olvidar todo lo demás, y me hace creer, aunque sea por un rato, que no necesito ningún Abisal Boy para ser como realmente quiero ser. 

sábado, 4 de mayo de 2013

#BarritaDeBonobonResucita

Y luego de más de un mes de ausencia, henos aquí.
Debo decir que cometí un grave error al hacerme una cuenta de Twitter y animarme a escribir síntesis inconclusas de 140 caracteres o menos, en lugar de simplemente retwittear y aburrirme. Lentamente, Twitter está matando mi blog: ya no pienso narraciones sino frases sintéticas y acotadas. Qué triste. Varias veces a lo largo de este tiempo me senté y me dije "Basta, tengo que escribir en el blog". Y tipeé un par de párrafos que pronto abandoné por falta de ideas.
Se sabe que no me gusta publicar acá frasesitas sacadas de canciones, o un escueto "Cómo amo a mis amigas" y fotos. Si publico frases de canciones, irán con su respectivo análisis y/o relación con un texto desarrollado. Y si expreso mi amor por mis amigas, este será acompañado por un argumento. No se quiere a la gente porque sí. Tiene que haber cualidades, acciones, y un mínimo de aspectos comunes que te lleven a la unión afectiva, y que estas características sean suficientes para convertir las diferencias en tolerables, aceptadas, incluso deseables.
Si no estuviese esforzándome mucho, el contenido de esta entrada terminaría acá. Y, tras releerla, decidiría que "esta basura no es digna de ser publicada.
Lo que también considero una basura, es la pobre interpretación que llevaré a cabo mañana (mejor dicho, hoy) en teatro. No puede ser que una tarea tan sencilla me resulte tan complicada. "Contar un chiste o un cuento breve de borrachos, gallegos o chicos, interpretando a los personajes correspondientes durante no más de 2 minutos". 

Lista de razones por las cuales el ejercicio me resulta imposible.
- Carezco de talento humorístico.
- No sé contar chistes.
- Por lo general, los chistes no me causan gracia.
- Si no puedo reírme yo ¿Cómo voy a hacer reír a los demás?
- Los chistes de borrachos y sus interpretaciones, están quemadísimos.
- No sé hablar gallego.
- Andá vos a buscar un chiste de niños que no sea de Jaimito y no contenga un lenguaje vulgar.
- No me gusta el ejercicio.
- Me da muchísima fiaca.
- Soy demasiado crítica y nada me viene bien.