miércoles, 26 de septiembre de 2012

El Juego

Una habitación pobremente iluminada, solo una pequeña y tambaleante lámpara colgante proyecta su luz hacia una mesa redonda, de suave tapiz verde, alrededor de la cual se encuentran cuatro personas. Mauro, párpados perezosos y barba pelirroja. A su derecha, Daniel, de cuidado cabello oscuro y ademanes enérgicos. Frente a él, la desconocida. Nariz aguileña y mirada de buitre tras unas lentes rectangulares. Y a la izquierda de esta, Amanda.
Se repartieron las cartas para una nueva mano. Amanda observó su juego, y de repente no estuvo segura de qué tan bueno era. Hasta ahora era ella quien venía ganando, pero esta vuelta su suerte flaqueó. Recientemente se había sumado a la partida aquella chica con cara de ave carroñera, de manera silenciosa se había infiltrado entre los tres jugadores.  Ocultó sus cartas de cara a la mesa, y se cruzó de brazos con paciencia, inmutable. Amanda se fijó también en sus compañeros; Mauro ladeaba la cabeza hacia la izquierda, escrutando sus cartas con aire pensativo, presente su habitual gesto de acariciarse la barba de la pera. Daniel era una mezcla de solemnidad y triunfo, la seguridad se leía en sus ojos evidenciando que sabía perfectamente qué es lo que estaba haciendo. Y Amanda… Amanda ya no confiaba en sus cartas. Todos se percataron de aquello.
 
- ¿Qué es lo que te desagrada de mi persona? – había dicho el domingo pasado, tras elaborar la pregunta varios minutos antes en mi cabeza. Él lo meditó un instante.
- Que seas tan expresiva y tan poco comunicativa a la vez. Tu cara delata emociones, pero nunca querés decirme qué te pasa exactamente.
 
 Uno a uno, los jugadores empezaron a mostrar su estrategia. Daniel con un mal disimulado entusiasmo; Mauro y la desconocida, con una calma que resultaba sospechosa. Amanda estaba nerviosa, le importaba este juego, tenía mucho que perder.
- ¿Tenés un rey? – preguntó Daniel con cierto deje desafiante.
- ¿Tengo un rey? – Mauro lo miró fijamente.
- ¿Sí?
- ¿O no?
- ¿Entonces?
- No creas que no tengo un rey – concluyó el pelirrojo, tras una confusa pausa. Parecía entre satisfecho y divertido.
- No entiendo – intervino Amanda apretando los dientes.
- Yo tampoco – se encogió de hombros Mauro, como si repentinamente se hubiera olvidado de qué estaban hablando.
 
- ¿Y a vos? ¿Qué te desagrada de mi persona?
- Que a veces seas tan jodidamente indirecto. Me exaspera.
 
La chica con cara de ave no emitió ningún sonido, se limitó a observar con concentración. Pero ¿en qué estaba concentrada? se preguntó Amanda. Su silla estaba más cerca de Mauro, y su sombra se cernía sobre su cuerpo delgado. Daniel la codeó delicadamente, sacándola de su ávido escrutinio, y con mucho disimulo le mostró el papel en el que llevaban la cuenta del puntaje. Cuidado, rezaba la pulcra letra del chico en una esquina. Amanda clavó la vista en los ojos de su amigo, que sin palabras demostró haberse percatado de lo mismo que la chica.
Mauro carraspeó, y el juego continuó. La figura amenazante del ave rapaz, que había comenzado incomodando a Amanda, ahora le resultaba completamente repulsiva. Un centímetro más… Ya no quería jugar. Ella nunca quiso jugar con Mauro, y hubiera preferido que él tampoco lo deseara. El rostro de aquél durante el juego era inescrutable, cara de póker permanente. Inmóvil, usaba sus cartas con demasiada serenidad; nadie sabía nunca si era la tranquilidad del profesional o la estrategia de despiste del pésimo jugador. La mirada de Amanda se topó con los herméticos ojos de Mauro, la expresión de él se ablandó.
 
- Te quiero. – admitió ella, sin esperar realmente una respuesta. Envuelta en sus brazos, apoyó la mejilla en su hombro. Cerró los ojos, casi resignada.
- ¿Quién dijo que yo no? – le susurró él, abrazándola con fuerza. Sus labios se unieron una vez más.
 
Amanda se preguntó cuánto tiempo soportaría seguir con el juego. La magia de la noche transcurría; tal vez esperaría para ver si finalmente caía el rocío.

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