A ver, cómo te digo esto sin parecerme a vos.
No sé si lo que me da bronca es tu falta de.. ¿Qué te falta? ¿Legitimidad? No es esa la palabra.. Verosimilitud. Sí, tal vez. No sos verosímil, a mi parecer.
Por ciertas razones, yo creí que mi aversión hacia vos se debía simplemente a que había conocido tu existencia bajo circunstancias desfavorables para una buena relación. Pero hoy, estoy aprendiendo que tener gustos en común no hace que dos personas puedan llevarse bien. Vos y yo no nos llevamos bien, ni mal, ni nos llevamos. Y la verdad no planeo cambiar esto; no tengo el más mínimo interés en saludarte o invitarte a mi cumpleaños. De hecho, acabo de decidir, no lo voy a hacer, no voy a dar el brazo a torcer como hice anteriormente, obligándome a mí misma bajo las palabras "no seas forra, va a quedar afuera, y en definitiva no te hizo nada".
No tengo un hecho concreto por el cual hacerte la cruz (?). O tal vez sí. Es que ¿Pueden ser tan pocas las personas que vean a un gato entre las palomas(tengoqueterminardeleeresecuento,peroeltítuloilustraestaentrada)? Me sobran los dedos de una mano para contar quienes estén de acuerdo conmigo.
Es buena piba. Te cagás de risa. Ay, tiene cara de nenita, mirá esos cachetes. Es calladita.
Nada de eso me convence. Nada.
Las personas no suelen caerme mal por cualquier cosa. A veces incluso intento ser tolerante. Sólo existen 3 personas con quienes no tengo interés de hablar. Las tres bastantes diferentes entre sí, pero parecidas en algún punto.
Y.. no tengo más nada que decir. Tengo sueño, deseaba escribir algo, y cada vez que desafortunadamente aparecés en mi inicio, mi ceño se frunce ligeramene. Apareciste, y escribí.
domingo, 28 de octubre de 2012
El gato entre las palomas.
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lunes, 8 de octubre de 2012
Aprender a no planear
Tengo que aprender a no planear.
Porque cuando las cosas no salen,
me frustro. Mucho.
Y tengo tendencia
a que las cosas no me salgan.
a que las cosas no me salgan.
Y me frustro más.
Sos tan inflexible, Magalí.
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Yo Magui
jueves, 4 de octubre de 2012
El Juego II
- Calmate, por favor. Respirá hondo, pensá lo que hacés - suplicó aquella chica de rasgos rapaces. Su máscara impasible se había hecho añicos hacía un rato, cuando descubrió lo peligroso que era jugar con fuego.
- Vos pensá lo que hacés, cara de buitre - amenazó Amanda. Difícilmente algo pudiera sacar a la luz el verdadero lado agresivo de esta chica tan tranquila e inofensiva. Pero la desconocida había dado en el clavo, y ahora debía enfrentarse a las consecuencias.
- ¡Calmate, por favor, que yo no tengo la culpa de nada! - exclamaba aterrada la Buitre, mostrando las palmas en gesto de rendición.
- ¡Cayó el rocío, cayó el rocío! ¿No entendés, estúpida? - le espetó Amanda, histérica. - Todo era cierto. ¡Tenía razón! ¡Y yo no quería creerle! Cayó el rocío. Se acerca el final. ¡Voy a morir! ¡Y todo por tu culpa! ¡Por un maldito pájaro! Voy a terminar con todo. - se oyó un chasquido, y la Buitre profirió un grito de horror.
- ¡No! ¡No! ¡Por favor! - buscó con la mirada al que había provocado todo aquello. - ¡Mauro! ¡Ayudame! ¡Controlala, decile que pare! ¡Mauro!
Mauro se hallaba congelado en un rincón de la habitación, con los ojos fijos en la situación, no daba crédito. Su helada incomodidad se podía sentir á kilómetros de distancia. Amanda no lo miraba, en cambio, apuntaba todavía a la Buitre, la inminente amenaza. Las lágrimas, mezcla de bronca y una profunda desilusión, dibujaban agónicos surcos en sus mejillas encendidas. Quería acabar con todo.
La Buitre imploraba ayuda a Mauro, quien al final lo único que pudo articular fue:
- Amanda... calmate.
Solo al escuchar su nombre, sus ojos se encontraron con los de Mauro. Sus piernas temblaron y su expresión trastornada flaqueó. Él le mantuvo la mirada durante unos segundos, hasta que Amanda finalmente aflojó su posición. Los dos restantes suspiraron aliviados. Pero Amanda siguió aflojándose, cayendo de rodillas al suelo, tapándose el rostro con los manos. Sus sollozos llenaron la habitación. La Buitre se mimetizó con las paredes y desapareció, mientras Mauro se acercaba dubitativo a "la trastornada". No se atrevió a tocarla, simplemente se quedó allí, en cuclillas a su lado, sin hablar. Es que, en realidad, era Amanda la que murmuraba cosas entre el llanto. El chico hizo un esfuerzo por entender algo... Amanda hablaba casi sin pausas, pero se dificultaba la comprensión debido a lo inaudible de su voz, y el constante agite causado por las lágrimas.
- Cayó el rocío. Luego precipitó, precipitó. Se viene la tormenta, y luego nada. No queda nada. Nada de mí, nada de vos. Sólo la nostalgia que viene despues del miedo. El miedo, la no-sorpresa, y la nostalgia. Tres etapas que ya conozco ¿Vos las conocés? El miedo a lo que podría suceder, te anticipás, casi lo esperás. Cuando sucede, no te sorprendés, pero igualmente te duele, como si te apretaran el pecho con el extremo de un palo de escoba. Justo ahí, un poco a la izquierda. Yo la siento, justo ahora. La sensación psicológica de que te estrujan el corazón. ¿Vos no la sentís, Mauro? ¿Sentís algo, aunque sea?
Silencio.
-No esperaba que respondas. Es el mismo proceso, una y otra vez. Una y otra vez. Temo, no espero, y me da nostalgia. Todavía no siento nostalgia, pero supongo que la sentiré mañana. Cuando estés lejos, en otros brazos.
Más silencio.
- Intenté decirtelo, te juro que lo intenté - siguió sollozando Amanda. -. De alguna manera te lo dije... Ojalá lo hayas captado. Aunque de nada sirve, ya que evidentemente hiciste caso omiso. Sino no estaría acá, así. Ya me habría ido antes. O no. O tal vez nada hubiera cambiado, y estaríamos en esta misma situación ¿Quién sabe? Me siento mal. No te puedo reclamar nada, ni obligar a nada, ni quiero hacerlo. Lo que te puedo pedir... Soy débil, no soporto todo esto. Lo que sí te puedo pedir, es que si preferís abrazar a mucha gente, a mí ya no me abraces.
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miércoles, 26 de septiembre de 2012
El Juego
Una habitación pobremente iluminada, solo una pequeña y
tambaleante lámpara colgante proyecta su luz hacia una mesa redonda, de suave
tapiz verde, alrededor de la cual se encuentran cuatro personas. Mauro,
párpados perezosos y barba pelirroja. A su derecha, Daniel, de cuidado cabello
oscuro y ademanes enérgicos. Frente a él, la
desconocida. Nariz aguileña y mirada de buitre tras unas lentes
rectangulares. Y a la izquierda de esta, Amanda.
Se repartieron las cartas para una nueva mano. Amanda
observó su juego, y de repente no estuvo segura de qué tan bueno era. Hasta
ahora era ella quien venía ganando, pero esta vuelta su suerte flaqueó.
Recientemente se había sumado a la partida aquella chica con cara de ave carroñera,
de manera silenciosa se había infiltrado entre los tres jugadores. Ocultó sus cartas de cara a la mesa, y se
cruzó de brazos con paciencia, inmutable. Amanda se fijó también en sus
compañeros; Mauro ladeaba la cabeza hacia la izquierda, escrutando sus cartas
con aire pensativo, presente su habitual gesto de acariciarse la barba de la
pera. Daniel era una mezcla de solemnidad y triunfo, la seguridad se leía en
sus ojos evidenciando que sabía perfectamente qué es lo que estaba haciendo. Y
Amanda… Amanda ya no confiaba en sus cartas. Todos se percataron de aquello.
- Que seas tan
expresiva y tan poco comunicativa a la vez. Tu cara delata emociones, pero
nunca querés decirme qué te pasa exactamente.
- ¿Tenés un rey? – preguntó Daniel con cierto deje
desafiante.
- ¿Tengo un rey? – Mauro lo miró fijamente.
- ¿Sí?
- ¿O no?
- ¿Entonces?
- No creas que no tengo un rey – concluyó el pelirrojo,
tras una confusa pausa. Parecía entre satisfecho y divertido.
- No entiendo – intervino Amanda apretando los dientes.
- Yo tampoco – se encogió de hombros Mauro, como si
repentinamente se hubiera olvidado de qué estaban hablando.
- ¿Y a vos? ¿Qué te
desagrada de mi persona?
- Que a veces seas
tan jodidamente indirecto. Me exaspera.
La chica con cara
de ave no emitió ningún sonido, se limitó a observar con concentración. Pero
¿en qué estaba concentrada? se preguntó Amanda. Su silla estaba más cerca de
Mauro, y su sombra se cernía sobre su cuerpo delgado. Daniel la codeó delicadamente,
sacándola de su ávido escrutinio, y con mucho disimulo le mostró el papel en el
que llevaban la cuenta del puntaje. Cuidado,
rezaba la pulcra letra del chico en una esquina. Amanda clavó la vista en los
ojos de su amigo, que sin palabras demostró haberse percatado de lo mismo que
la chica.
Mauro carraspeó, y el juego continuó. La figura
amenazante del ave rapaz, que había comenzado incomodando a Amanda, ahora le
resultaba completamente repulsiva. Un
centímetro más… Ya no quería jugar. Ella nunca quiso jugar con Mauro, y
hubiera preferido que él tampoco lo deseara. El rostro de aquél durante el
juego era inescrutable, cara de póker permanente. Inmóvil, usaba sus cartas con
demasiada serenidad; nadie sabía nunca si era la tranquilidad del profesional o
la estrategia de despiste del pésimo jugador. La mirada de Amanda se topó con
los herméticos ojos de Mauro, la expresión de él se ablandó.
- Te quiero. –
admitió ella, sin esperar realmente una respuesta. Envuelta en sus brazos, apoyó
la mejilla en su hombro. Cerró los ojos, casi resignada.
- ¿Quién dijo que
yo no? – le susurró él, abrazándola con fuerza. Sus labios se unieron una vez
más.
Amanda se preguntó cuánto tiempo soportaría seguir con el juego. La magia de la noche transcurría; tal vez esperaría para ver si finalmente caía el rocío.
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viernes, 21 de septiembre de 2012
Nada quita que me de bronca
- Todo no se puede, imbécil.
- Qué violenta.
- Callate. Nada quita que me de bronca.
- Lo cual no quita que me de bronca.
- Es una elección tuya. Todo no se puede, listo. Es al
pedo engancharte por algo que no tiene solución, pelotuda. Dejá de comportarte
como una enferma caprichosa, dale.
- Sí tiene solución. Sí se puede todo. Si lográs
organizarte y te dan los tiempos, podés. Por la tarde una cosa, por la noche
otra. Simple. El problema es la falta de decisión.
- Uy, ya te vas a poner a llorar. Me cago en vos y tus
lágrimas de mierda.
- La falta de decisión es el problema de todo. Si
hubiéramos definido las actividades un día antes (no te digo una semana, dos
meses de anticipación. Me refiero a un día, 24 horas), hubiera sido muy simple
cumplir mis dos deseos. Podrás decirme estructurada, pero facilitaría muchísimo
las cosas. Esto de improvisar, hacer equilibrio… no me gusta en absoluto, lo detesto. Una
cosa es la espontaneidad, otra muy distinta es la desorganización. Nadie (y me
incluyo) se preocupó por definir el destino en su debido momento. Después salió
todo a las atropelladas, y no pude disfrutar nada en su totalidad. Día de
mierda.
- Dejá de llorar, me duele la cabeza. Sos insoportable.
- A mí también me duele la cabeza. Siempre me duele la
cabeza. ¿Quién es la maricona acá? No niego que la pasé bien cuando creí el
asunto solucionado. Viendo mi noche ocupada, organicé parte del fin de semana
restante. Mirá la suerte que tengo, que llego a mi casa y descubro los planes
cambiados, ocupando justo la porción de sábado que yo ya reservé, ésta sí, con
una semana de anticipación.
- ¿Qué culpa tienen?
- Si la situación fuera tangible, la cagaría a trompadas.
- Todo no se puede.
- Dejá de decir esas pelotudeces. Si se organiza, sí se
puede.
- Pero no son organizados, y no los vas a cambiar.
- Por eso me gustaría que la situación se convirtiera en
papel para poder quemarlo en la hornalla. - Qué violenta.
- Callate. Nada quita que me de bronca.
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lunes, 17 de septiembre de 2012
En serios problemas.
Y en estos momentos es cuando no hay cosa que desee más que tener tu aparente indiferencia a tan solo metros de mi posición. Podría mirarte un largo rato, espalda contra la pared, párpados perezosos, boca pequeña y tu aspecto tan sugestivamente desaliñado. Podría mirarte un largo rato, deseándote a la distancia, hasta que mis manos no resistan más y busquen unos hombros que acariciar, un cuello que rodear, un cabello en el cual enredar los dedos. Pero sólo pueden pertenecer a una persona. Y ahí es cuando me doy cuenta que estoy en serios problemas.
Esa sensación escalofriante de tu imagen alejándose como a través de un túnel, a velocidad de vértigo, me marea y caigo de bruces sobre el cemento frío. Podría ir consiguiendo unas rodilleras, por las dudas, por si las cosas no solo suceden en mis pesadillas. Como para amortiguar, para no rasparme tanto. Aunque los moretones son inevitables. Me provocás moretones cada vez que me abrazás y yo caigo en la cuenta de que te sujeto más fuerte con miedo a dejarte ir.
Intento hacerme la idea, ir acostumbrándome a tu ausencia. Soy bastante precavida, tenés que admitirlo. Pero tu mirada se clava en la mía y levantás una mano invitando a acercarme. Mis pies actúan solos. Sabés la fuerza magnétiva que ejercés sobre mí, y te divierte ver cómo intento resistir. En vano.
Hay ocasiones en las que pienso. ¿Está bien tomar tantas precauciones? ¿No estoy provocando yo sola, de esta manera, tu desición? ¿Qué debo pensar? ¿Seguir construyendo sobre nubes? No quiero caer en forma de lluvia.
No me gusta hacer equilibrio. Ojalá la resolución no se haga esperar tanto.
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Abisal Boy
domingo, 16 de septiembre de 2012
Antes de que empieces a leer: disculpame, che.
Que alguien me haga el favor de explicarme qué me pasa, por favor. Que alguien sea capaz de descubrir por qué me está costando tanto unir dos párrafos coherentes para expresar algo. ¿Por qué? ¿Eh? Dame una razón.
Es más fácil escribir cuando uno está triste. Okey, bueno, estoy de acuerdo con eso. Pero tampoco es que haya pasado unas semanas de fiesta continua. Tuve mis momentos de bajón. Mis momentos de angustia, de dudas. De muchas dudas. La diferencia, tal vez, sea que las dije directamente. O algo así. Las expresé con palabras, cara a cara, y blablá. Gasté energías ahí, pude resumir mi mamarracho de preguntas en una o dos frases, y ya no me quedó más inspiración para escribir. La inspiración es limitada, Magalí. Cuidala.
Igual, no me arrepiento. No suelo arrepentirme de las cosas. Ni siquiera del período negro con doña Bernardi, que viéndolo a la distancia fue realmente pelotudo, pero me sirvió para darme cuenta que la quiero conmigo a pesar de cualquier circunstancia :$. Debo admitir que tampoco me arrepiento del distanciamiento con otras personas que creí tan cercanas a mí. Me engañé a mi misma, digamos. Y ellas también se engañaron. En algún momento iba a pasar, tarde o temprano, podría decirse que era inevitable, y en el fondo siempre lo supe. Defectos que no estaba dispuesta a tolerar, y ellos tampoco estaban dispuestos a tolerar algunos defectos míos. Distanciamiento natural.
Voy avisando que esta no será una entrada muy ordenada. Para cubrir una falta de contenido, hago un menjunje de ideas, de pensamientos, que tuve en el período de ausencia por acá. Los que me acuerde, obvio. Y los que crea apropiados. Todavía hay algunas cosas que prefiero guardarme (menos mal, sino estaba en el horno. Ni vida privada tenía).
Y es que me cuesta bastante guardarme algunas cosas. Casi diría que no tengo secretos. En estos momentos se me ocurre uno solo. Pero me refiero a secretos secretos, de esos que no le contás absolutamente a nadie. Será que de esa manera busco llamar la atención. ¿Quién no lo hace, en algún momento? Todos queremos llamar la atención, aunque no lo admitamos. Queremos que nos vean. Y en realidad no es algo malo. A veces lo molesto está en el modo. Existe gente más obvia y mas histriónica que otras. Cada uno llama la atención a su estilo. Eso es lo que yo creo en este momento. Tal vez mañana cambie de opinión.
Pero hay muchas cosas sobre las cuales dudar, y creo que de todas ellas, dudo. De los detalles, y de lo que no depende de mí.
Que entrada de mierda. No me gusta ni un poco. Es desordenada y aburrida, ni la quiero leer para revisar cohesión ni ortografía. La publico nada más para evitar que esto muera. Lector (Facu), disculpá por hacerte perder tiempo en esta entrada horrible.
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Yo Magui
miércoles, 15 de agosto de 2012
Las pruebas de tu permanencia
Es bastante frustrante regresar al cabo de un tiempo y ver que nada ha cambiado pero sin embargo ya nada reconoces. Saber que aquel sitio que tanto te gustó ya solo son recuerdos satisfactorios, que ahora solo te genera confusión. Mirás a tu alrededor, y sí, ese árbol siempre estuvo ahí, el techo de aquella casa siempre fue rojo, y todavía podés recordar las palabras de esa anciana amable que te aconsejó pasear al perro por el sendero marcado. Pero no te encontrás. Reconocés los objetos pero no hallás su esencia. Sos una desconocida en tu propio ámbito. ¿Qué mierda pasó?
Impecable fue tu estadía en aquel entonces. Luego te tomaste vacaciones, y al regresar no pudiste instalarte más. Y ahora querés abandonar por completo. Ya casi ni te interesa obtener las fotografías que dejaste en el pendrive. El pendrive está ahí, vos sabés dónde, pero no lo podés alcanzar. Y como no podés, no querés. Bajás los brazos, le das la espalda al vecindario que con tanto entusiasmo recorriste. Querés convencerte a vos misma de que no querés las fotografías, las pruebas de tu permanencia.
Sabés que en el futuro, si algún día te preguntan si visitaste aquella ciudad, vos dirás que sí, y manifestarás unos cuantos recuerdos borrosos. Pero tus palabras no serán tan legítimas como si mostraras las fotografías. Querés hacerte creer que no te importa. Que esto, de todas maneras, no es lo tuyo. Que te sirvió para encontrar tu lugar favorito, desde luego; pero el vecindario en su totalidad no es de tu preferencia. Solo la mitad de las casas. Y ya está en tus planes recorrer otras ciudades, adquirir fotografías más relevantes. Pero ésta, no.
Y mirás a tu alrededor intentando reconocer algo, de todas formas. Pestañeas repetidas veces, exprimís tu cerebro hasta provocarte dolor de cabezas. Entonces, caes de bruces sobre la hierba, te volvés chiquita, ignorante, abrazás tu cuerpo intentando contenerte y pegás la cara al suelo mientras las lágrimas comienzan a correr. Sos un simple usuario, otra vez. Y te rendís. Ignorante.
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